Las personas tenemos necesidad de escuchar historias.
Podría decirse que, al menos, hay un lector para cada historia.
Incluso, si nos ponemos filosóficos, podríamos decir que nuestra manera de entender el mundo es a base de narraciones. Fíjate en cómo cada cultura recoge su pasado en una narración canónica que repite, de generación en generación, con la esperanza de entender de dónde venimos y hacia dónde vamos.
La narración forma parte de nuestra vida cotidiana, donde todos somos narradores de historias, porque se ha convertido en una de nuestras formas predilectas de intercambiar experiencias. Todo lo que hacemos se convierte en una historia que nos narramos a nosotros mismos y a los que quieran escucharnos. Es más, nuestro pensamiento se articula a modo de historias, de narraciones que explican nuestro modo particular de ver el mundo que nos rodea.
El storytelling del siglo XXI
Mientras que a principios del siglo XX el filósofo Walter Benjamin se lamentaba diciendo que «el arte de narrar está acabado» (por la demanda entonces de una información más inmediata), parece que hoy hemos redescubierto el poder del arte de narrar.
Hoy somos consumidores compulsivos de historias hasta tal punto que incluso sectores tan ajenos a la creación artística utilizan este reclamo para su propio beneficio. Por ejemplo, el marketing, que en los últimos años ha incluido el storytelling entre sus técnicas predilectas para vendernos sus productos. La figura persuasiva del narrador se consolida ya como una artimaña más a la hora de conectar con el buyer-receptor e incitarle a la compra de cosas que seguramente no necesita.
Las historias captan continuamente nuestra atención, quizá por su parecido con la vida (mímesis) y porque, a diferencia de esta, todos sus componentes se articulan de forma armoniosa, ordenada, para lograr su propósito estético y comunicativo. Es un microcosmos en el que todo cobra sentido.

Buscamos en la narración no solo una forma de entretenimiento, sino algo más. Como una especie de sabiduría escondida en la experiencia. Buscamos en la coherencia interna de las historias narradas esa lógica que a veces notamos que le falta a la vida. O en las bellas palabras de W. Benjamin:
«La narración (…) es la forma artesanal de la comunicación. No se propone transmitir, como lo haría la información o la noticia, el puro “en sí” del asunto. Más bien lo sumerge en la vida del que cuenta una historia para luego poder extraérsela de nuevo. Por lo tanto, la huella del narrador queda adherida a la narración tal como las manos del alfarero dejan su marca en la superficie de la vasija de barro».
Toda historia comporta una utilidad, de alguna u otra forma. Ya sea algún consejo, alguna mirada o alguna experiencia digna de ser transmitida. Pero sobre todo constituye una forma de comunicación artística capaz de reproducir un universo completo en la imaginación de los lectores-receptores y de suscitar una emoción concreta. El arte de la ficción tiene cierto componente mágico por esa capacidad de crear un significado de la nada, tan solo a través de imágenes verbales articuladas por la voz de un narrador ficticio. Es el arte de mostrar verdades a través de una gran mentira.
Estamos hablando de «arte» y, sin embargo, muchos autores insisten en el carácter artesanal de la narración. La narración es un oficio que cumple una importante función social y cultural. El narrador establece una relación artesanal con su material (la experiencia de la vida humana y su imaginación) y lo transforma con sus herramientas en un producto bello, útil y único.
Pero lo más importante para nosotros ahora es entender que, como oficio, el arte de narrar es algo que puede ser aprendido y que debe ser ejercitado.
El oficio de narrar
La escritura es un arte que ha estado siempre recubierta de un halo de misterio y misticismo, como si fuese un don reservado a unos pocos.
Esa pátina mística ha provocado en muchos de nosotros un distanciamiento y una idealización de la figura inaccesible del escritor, como si este fuera uno de los elegidos por las musas. Lo ha convertido en un sueño utópico. ¿Cuántos de nosotros, tras cerrar un libro que nos ha robado el corazón, desearíamos haberlo escrito? ¿Cuántos de nosotros hemos reprimido el impulso de contar una historia por considerar que era una ambición inalcanzable? ¿Cuántos de nosotros hemos ocultado a los ojos de cualquier lector lo que hemos escrito para evitar su implacable juicio porque, en el fondo, no nos sentimos merecedores de ningún talento?
La realidad es otra: cualquiera puede convertirse en escritor. Y, además, en uno muy bueno.
Lo cierto es que el arte de la escritura es algo tan sencillo como un oficio. Quizá el oficio más antiguo del mundo, cuando la narración de las historias al resto de la tribu respondía a una importante función social y de aprendizaje. Hoy en día, la narración de historias conserva esa misma función comunicativa, pero por alguna razón, el acceso a su componente estético permanece todavía en las sombras. Como si nadie se aventurara a señalar los secretos de su belleza.
Mientras que en otras artes se ponía a disposición de los estudiantes una serie de estudios más o menos reglados para la perfección de su técnica (estoy pensando en los conservatorios de música y danza, en las escuelas de arte, academias de pintura y escultura, por ejemplo) en Europa lo cierto es que no hay esa tradición de enseñanza de la escritura creativa hasta hace bien poco, como si este fuera un arte que no es posible enseñar. Los aspirantes a escritor han tenido que ser autodidactas (y en buena parte lo siguen siendo) o, en el mejor de los casos, han encontrado un maestro del que aprender cierta parte del oficio.
Pero la realidad es que disponemos ya de un conocimiento lo bastante estandarizado como para desentrañar las herramientas, materiales y procesos que contribuyen a guiarnos en el proceso de escribir una novela. Es decir, podemos enseñar y aprender el arte de contar historias.

¿Cómo se escribe una novela?
Cada escritor es único. Cada historia es única. Cada proceso de escritura es único. No hay un modo correcto o incorrecto de escribir.
Hay novelas muy cortas y otras muy largas. Hay escritores que se lanzan a descubrir su historia a través de la escritura del primer borrador y hay escritores que primero realizan detallados esquemas. Hay críticos literarios que han analizado las estructuras narrativas básicas y han establecido que hay catorce tipos diferentes de historias que contar. Otros, en cambio, afirman que son siete los tipos de trama que pueden contarse. Hay historias centradas en la evolución de un solo personaje y otras con multiples puntos de vista.
Hay tanta variedad que nadie puede afirmar tener «la clave» definitiva para escribir buenas historias.
No hay, por tanto, una receta mágica donde encontremos los pasos indispensables a seguir para que nuestra obra triunfe, pero sí podemos aprender e interiorizar una serie de leyes básicas de nuestro arte que nos ayudan a conseguir atrapar al lector en nuestra historia. No son reglas, sino más bien una serie de principios que, a través de nuestra tradición literaria, han demostrado su efectividad a la hora de transmitir una historia.
Estos principios son una base sólida sobre la que orientar nuestra creación literaria y nos ayudan a darle forma a nuestro texto. Y una vez hayamos entendido y dominado estas directrices, podremos experimentar con ellas de forma efectiva.
Para que entiendas bien esta idea podemos extrapolarla a otras ramas artísticas o artesanales, por ejemplo: imaginemos que, en lugar de escritores, somos cocineros y nuestra aspiración es ganarnos la vida con ello y convertirnos en excelentes chefs. Si no conocemos los principios básicos que rigen el arte de cocinar, seremos como niños pequeños experimentando por instinto y mezclando espinacas, con yogurt, atún y chorizo (por ejemplo, pero seguro que a ti se te ocurre algo más bizarro todavía). Será divertido, pero tendremos pocas probabilidades de cocinar algo comestible.
A medida que vayamos aprendiendo a usar las herramientas y conociendo una serie de principios básicos y técnicas, con la práctica iremos obteniendo platos cada vez mejores. Tenemos a nuestra disposición millones de recetas de platos que podemos sencillamente copiar al pie de la letra, y que son ideales para seguir practicando. Pero no nos confundamos: no son las recetas las que hacen grande al cocinero, es su formación, su habilidad, su visión y la constancia.
Si seguimos practicando y formándonos, puede que lleguemos a convertirnos en cocineros profesionales y, con más dedicación y esfuerzo, en expertos capaces de crear nuevos platos.
El mismo ejemplo podríamos haber puesto con otro oficio, por ejemplo, la costura. Difícilmente podríamos confeccionar una prenda “ponible” desconociendo las técnicas básicas de costura. Cuanto más aprendamos y practiquemos, ayudándonos de todo lo que esté a nuestro alcance (patrones, tutoriales…) mejores vestimentas podremos lucir orgullosos de haberlas creado nosotros mismos. Y, si vamos algunos pasos más allá, podremos incluso profesionalizarnos.
La mejor forma de aprender es leer mucho. Estudiar el trabajo de otros autores, de diferentes géneros y estilos, nos da ideas de cómo han utilizado ellos las herramientas para crear sus historias.
Estudiar lo que funciona en otras obras nos hará darnos cuenta de que esas historias tienen patrones similares, que nosotros podemos utilizar para la historia que queremos contar.
Una vez conozcamos las leyes que rigen esas obras, seremos capaces de recrearlas. O mucho mejor: de mejorarlas. O incluso de combinarlas a nuestro gusto, creando algo novedoso y atractivo.
Quiero ser escritor, pero no tengo talento
Esto es algo que pensamos muchas veces y casi todas esas veces no nos damos cuenta de lo que es: una excusa.
El talento innato puede ser un gran empujón, pero es en la práctica diaria donde se afianza tu carrera como escritor. El talento se alimenta de la determinación por lograr una meta. Y una meta se consigue básicamente con esfuerzo: que es algo que depende 100% de ti. Tú tienes el control. La destreza en el uso de los elementos básicos de la escritura depende enteramente de la práctica. Como cualquier otra habilidad, hay que dedicarle tiempo y no tirar la toalla.

Decidir ser escritor supone un tiempo de aprendizaje y estudio, igual que aprender a tocar un instrumento. Hay técnica que aprender y, sobre todo, que ensayar. Como decíamos, las guías no son más que orientaciones que nos pueden ayudar a evitar los errores básicos, sobre todo si nos enfrentamos a nuestra primera novela. Hoy tenemos la suerte de tener multitud de recursos a nuestro alcance. Guías de escritura, cursos, talleres, blogs especializados… nunca había sido tan fácil acceder al conocimiento de esas herramientas. Pero gran parte del aprendizaje sucede por ensayo-error, hasta descubrir qué es lo que te funciona a ti y puedas crear tus propias reglas.
La escritura es un proceso. Escribir es una destreza que nunca se conquista, no es algo que digas, ya está, ya lo domino.
Siempre hay algo que aprender, historias que contar, y formas de hacerlo mejor.
¿Quieres saber cómo empezar a escribir tu novela de forma sencilla? Te cuento más aquí: Cómo empezar a escribir una novela.